«Los niños de hoy no difieren en nada respecto a los niños de cualquier otro periodo de la historia. Los niños son niños, y son maravillosos vengan de la época que vengan; da lo mismo el año, década o siglo en que hayan nacido. Lo que sí cambia es el mundo que se encuentran al nacer. Y eso sí les afecta, desde luego…»
Queridos lectores, hoy vamos a hablar de El Método Felpac, escrito por Roberto Robert Garí y publicado por el Grupo Editorial Europa.
Ser padres es una de las tareas más difíciles y valientes que nos encontramos a enfrentar en la vida, hasta muchas responsabilidades y a menudo nos preguntamos si estamos haciendo bien, si vamos en la dirección correcta.
Y es precisamente aquí donde El Método Felpac puede venir en nuestra ayuda. Un manual educativo enfocado en la primera y segunda infancia. Un libro de fácil lectura, accesible a todos y lleno de valiosos consejos y divertidas anécdotas.
Interesante, ¿verdad?
Es por eso que en el Grupo Editorial Europa hemos pensado hablar con Roberto Robert Garí para conocerlo mejor y descubrir algo más sobre El Método Felpac.
A continuación ofrecemos la entrevista al autor.
¿Qué le gustaría decir a sus lectores?
Dos cosas:
Que sigan leyéndome. (Por favor).
Que continúen aumentando en número.
¿Hay un momento en particular que le empujó a escribir este libro?
Sí. Fue a finales del 2019, por consejo de mi esposa. Por lo visto, varias madres del colegio de mis hijos se interesaron por el funcionamiento de los Felpac’s, la moneda de uso intrafamiliar que vertebra el método educativo objeto de la presente entrevista. Querían saberlo porque sus hijos e hijas les imploraban que implementasen los Felpac’s en sus casas. Por aquel entonces, yo estaba inmerso en las tareas de maquetación de mi novela «La Dama del Foro» al tiempo que estructuraba la siguiente obra; otra novela que a fecha de hoy ya está acabada. Me comprometí a escribir el manual una vez terminara todo lo pendiente. Y así lo hice.
¿Qué le parecen los niños de hoy?
Mi opinión de los niños de hoy no difiere en nada respecto a los niños de cualquier otro periodo de la historia. Los niños son niños, y son maravillosos vengan de la época que vengan; da lo mismo el año, década o siglo en que hayan nacido. Lo que sí cambia es el mundo que se encuentran al nacer. Y eso sí les afecta, desde luego. De hecho, a mí me entristece y (pre)ocupa sobremanera el mundo que van a encontrarse mis hijos cuando crezcan y alcancen la madurez. Es un tema muy amplio y no quisiera extenderme. Tan solo me limitaré a decir que un mundo sin arte carece de interés (por decirlo con suavidad), y en mi opinión es un síntoma claro de la degradación ética y moral de una sociedad. Basta con escuchar la música que producen las discográficas, visionar las películas que estrenan las salas de exhibición (o las plataformas de streaming) y leer los libros que publican las grandes editoriales, para percatarse del tipo de «cultura» que consume la juventud de hoy en día. La triste realidad es que, salvo raras excepciones, los auténticos músicos, cineastas y escritores no hallan hueco alguno en sus respectivas industrias. El feísmo como forma de entender el arte se ha impuesto con fuerza en los países occidentales. Y eso se extiende a cualquier área de la sociedad actual.
¿A qué áreas se refiere, exactamente?
Afecta a todos los ámbitos, en realidad. En general, el buen gusto y la belleza han ido cediendo paso a lo grotesco y a lo vulgar. Por ejemplo, todos los días somos testigos de cómo la práctica del buen periodismo va perdiendo poco a poco su batalla contra la desinformación de las redes sociales. Por no hablar de que, en lugar de promover el pensamiento crítico, se tiende a criticar el pensamiento individual. Desde hace demasiado tiempo se está instalando en el ideario colectivo un pensamiento único en el que no cabe la disidencia. En definitiva, una receta infalible para la proliferación de seres más o menos moldeables al tiempo que un atentado directo contra la inteligencia. El inteligente no puede ser domesticado bajo el lema «No pienses, obedece». Es imposible. Y como eso es así, la fórmula perfecta es desprestigiarle colgándole alguna etiqueta que lo inhabilite socialmente. Una inversión de roles en toda regla: marginar (y castigar) el talento y la inteligencia, promocionar en su lugar (y recompensar) la mediocridad y el servilismo ideológico. Todo ello está provocando un sesgo de confirmación en varios estratos sociales sobre unas ideas, o bien alejadas del verdadero interés colectivo, o directamente falsas de toda falsedad. Ojo, hablamos de una corrección social — insisto: establecida según los dogmas de algunas élites políticas y minorías sociales — que restringe de manera evidente la libertad de expresión y, por ende, introduce la censura social, mediática y política como práctica aceptada y aceptable en la población. Hasta la ley está virando en esa dirección. Es un hecho manifiesto que, en los últimos años y de manera gradual, el legislativo ha ido modificando el articulado de algunas leyes en favor de la despenalización de distintas clases de delincuencia.
En definitiva, si analizáramos todo ello en profundidad, no nos constaría demasiado entender por qué se han ido perdiendo uno tras otro todos y cada uno de los valores éticos y morales con los que crecimos las pasadas generaciones. Y por eso mismo, hoy por hoy, hace más falta que nunca un sistema educativo que ayude a los infantes a proveerse de recursos y herramientas para afrontar con éxito los desafíos que, sin duda alguna, se encontrarán cuando comiencen a interactuar con el mundo que nosotros les hayamos dejado en herencia.
¿Cuándo nació su pasión por la escritura?
De niño. En 1986 me rompí un brazo jugando al fútbol en un recreo del colegio. Me llevaron al hospital y me intervinieron de urgencia. Horas más tarde, desperté en una habitación de ese mismo hospital. Abrí los ojos y, cual mesías, observé alrededor de mi cama a un buen puñado de familiares con regalos para mí. Uno de ellos me trajo una preciosa edición en cartoné de la novela «Los Hijos del Capitán Grant», de Julio Verne. Desde ese momento y tras leerla de cabo a rabo, supe que quería ser escritor. Pero he de añadir que mi vocación no despertó del todo hasta el 2003. Fue tras leer «El Psicoanalista», de John Katzenbach. Quedé maravillado con esa novela. Magnífica.
¿Por qué eligió ese título?
Creé la palabra «Felpac» cuando apenas contaba con diez años. En esa época diseñé un mundo propio para ganar dinero en el colegio y, de paso, entretener a mi hermana pequeña en casa. Acuñé mi propia moneda y la llamé «Felpac». Sencillamente, me pareció buena idea bautizar el método con esa palabreja inventada.
En el Grupo Editorial Europa agradecemos a Roberto Robert Garí por su disponibilidad y le deseamos buena suerte con El Método Felpac.
Este es todo por hoy… nos mantenemos en contacto y sintonizados…
Besos y Abrazos
Rachele